Homenaje realizado en la escuela Sarmiento el día 08.09.17
Despedida a la Señora María Elena Dappe de Cuenya
Hacía mucho tiempo que no sentía tanta y tan enorme responsabilidad por tener que decir unas palabras. Responsabilidad que, por otra parte, asumo con inmenso orgullo.
Intenté descifrar el desasosiego que me invadía al pensar qué decir, y empecé a serenarme cuando acepté la idea del fracaso.
Sé que lo que diga, siempre será insuficiente, incompleto, inacabado. Por mis propias limitaciones, obviamente, pero sobre todo por la hondura y la vastedad de la persona a la que debo referirme.
Y pudiendo elegir para hacerlo, entre su obra, su trayectoria, sus rasgos personales, su pensamiento o su carácter y una interminable serie de palabras pertinentes y representativas todas, preferí quedarme con el pequeño pero elocuente relato de una experiencia personal.
Siendo adolescente, y a punto de partir de viaje con mis compañeras, debíamos reunirnos en la escuela a la madrugada. Ella nos esperaba sola, hasta que llegáramos todas y el colectivo nos llevara.
Era en septiembre, en esa hora en que la noche dura todavía. La escuela estaba en absoluta oscuridad y solo la tenue claridad que proyecta la luna nos iluminaba. Ella no encendió ninguna lámpara. Nos reunió en la galería de la biblioteca y tomó con sus manos a las que estábamos más cerca. Nos invitó a recorrer la escuela en silencio y a oscuras.
Nos pidió que aspirásemos profundo el aroma de los azahares; que escuchásemos los sonidos de la noche…. los crujidos, algunos aleteos, las ramas mecidas por el viento. Nos dijo que mirásemos la grandeza del San Antonio; que sintiéramos su presencia majestuosa. Nos habló de esas galerías rigurosas en sus arcos y repetía: “Sientan, sientan aquí” poniéndose la mano en el pecho… “no digan nada… sientan este lugar que es de ustedes, mis chiquitas… porque todas estas presencias las han cobijado, las han visto crecer…”
Recuerdo, de esa noche inmensa, la calidez y la firmeza de su voz, casi secreta.
“Esto es lo que ustedes se llevan dentro, nos dijo, cuando salgan de aquí. Estoy segura, mis chiquitas, que han de saber honrarlo.”
La magia del momento se amplificaba por el silencio de todas, la oscuridad que nos rodeaba y el susurro de su voz. En esa magia quedamos atrapadas y nos retiramos, una a una, estrechadas en su abrazo.
Creo, que en ese instante de aquella madrugada, se cifra el exquisito universo de su obra pedagógica precursora y revolucionaria y el de su persona. Ser, decir y hacer, en ella, unidad sin fisuras ni contradicciones.
Creo, que ahí aprendimos, lo que sólo más tarde, con los años, pudimos comprender. Sin lectura de reglamentos, sin advertencias ni amenazas, sin argumentos intimidantes, en aquel paseo nocturno y solitario, inoculó en el enérgico torrente, caudal de adolescentes, la noción de pertenencia e identidad, de responsabilidad y compromiso.
Lo hizo como ella sabía hacer las cosas…en la vivencia cabal y sensible, a través de lo que estaba a nuestro alcance percibir, como la creadora que era, como una artista. En el silencio, para que sólo lo esencial y verdaderamente importante pudiera oírse; en la oscuridad, para ver mejor. Con amor. Con respeto. Con confianza. Su apuesta era clara: sacar de cada una de nosotras lo mejor de nosotras mismas, al salir en aquel viaje, que era nada más que la metáfora de salir a la vida. Amor, respeto y confianza como cimientos de una enseñanza en la que ella nos entregaba su tiempo, su noche, su aurora.
Muchos años más tarde, en una charla que tuvimos ante un problema que parecía no tener solución me dijo, tranquilizándome: “Yo confío en la gente mi querida. Yo creo en las personas.” Y volví a sentir esa apuesta fuerte que empezaba con su entrega y en la que su mejor carta, era creer en el otro. Me parece que esta fue parte de su religión.
Pienso en la figura del pedagogo griego, en el acompañamiento a un discípulo, al que alienta a vivir, a experimentar, a pensar… y al que sin decirle quién debe ser, lo guía, lo interpela, para que él mismo alcance ese descubrimiento.
Creo que para ella la escuela debe haber sido la encarnación de aquella idea…
Vuelvo a la sensación de fracaso. Podría seguir hablando porque lo dicho es insuficiente… pero las palabras se transformarían en ruido y estaría contrariando su vocación de austeridad y de esa sobriedad inquebrantable que la caracterizaba.
Solo voy agregar:
– En nombre de toda la escuela Sarmiento, en nombre de cada alumna de cada generación educada de tu mano, en nombre de cada docente que se formó con tu palabra y con tu ejemplo, ha sido un invaluable privilegio conocerte Sra. María Elena.
Marcela Estrada
25 de abril de 2017, Tucumán